El presidente de la Confederación Económica Mapuche sufrió con el Covid: “No se lo deseo a nadie"
Jaime Huenchuñir está casado y tiene dos hijas, siempre ha cuidado de su cuerpo y no esperaba contagiarse de Covid-19 y, mucho menos, pasar casi un mes en coma a sus 38 años. "Cuando uno está hospitalizado en el área Covid, no se pueden recibir visitas de nadie, solo te permiten usar el celular y hacer videollamadas y en ese momento uno se quiebra. Lo único que quería era abrazar a mis niñas", relata a DF MAS.
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Antes de contagiarme siempre nos cuidamos. Soy casado con una mujer brasileña, viví 15 años fuera de Chile y regresé en 2018. Tengo una hija de 1 año y otra de 5. Hago deporte, no tengo vicios, y pensaba que por llevar "una vida un poco más sana" y alimentarme bien, estaba más protegido del virus. También por ser un poco más joven, pero fue un error.
A veces descuidaba la mascarilla, dejaba la nariz afuera, pero el contagio no fue por eso.
Fue en un momento que bajé la guardia en Año Nuevo. Estábamos en mi casa, solamente mi familia, cuando llegó mi padre, que vive a tres cuadras de acá. Él tiene una maestranza, donde había un maestro que lo contagió y él, sin saberlo, nos contagió a nosotros. Nos dio un abrazo, estábamos sin mascarilla dentro de la casa, él estaba asintomático y nos pasó el coronavirus a todos: a mí, a mis hijas chicas, a mi esposa, a mi suegra. Afortunadamente fue leve para todos, excepto para mí.
Sentí los primeros síntomas el 4 de enero. Con mi señora amanecimos con dolor de cabeza, fiebre y malestar en el cuerpo. Cuando empezamos a notar que estábamos perdiendo el olfato, nos dimos cuenta que era Covid. Nos fuimos a hacer un PCR y al día siguiente nos confirmaron que era coronavirus.
Teníamos fiebre alta, nos estábamos tratando con paracetamol, pero en el resto de mi familia estaba controlada. A mi suegra le dio fiebre un día, mi hija tuvo vómitos también, a mi señora le empezó a bajar la fiebre, pero no a mí.
El día 6 fui a la clínica, pensando que era mejor que el hospital. Me examinaron, me controlaron la fiebre, me pincharon con penicilina -¡cómo dolió! nunca había sentido un pinchazo tan fuerte- y me mandaron para la casa. La fiebre persistió y volví a la clínica el día 12 de enero y me diagnosticaron, aparte del corona, una neumonía. Aun así, me mandaron a la casa.
Al día siguiente desperté con falta de aire. Ahí empecé a preocuparme porque estaba escalando a otra cosa y estaba cada vez peor. Llamé al SAMU del Hospital Regional de Temuco, me chequearon la saturación, que estaba muy baja -una saturación normal es de 95 para arriba-, yo llegué al hospital con 64. Entonces el médico dijo: "Esta cuestión está súper mal, Jaime. Estás grave con una neumonía que te agarró los dos pulmones por Covid y con el máximo de oxígeno, continúas saturando poco".
Me recomendó quedar intubado. Yo le dije que si eso era lo mejor, que lo hiciéramos. No tengo intención de dejar viuda a mi señora y huérfanas a mis dos hijas. El médico me advirtió: "Hay dos opciones: o te despiertas o no te despiertas". Yo pensaba que iba a pasar de un día para otro, pero me dijo que podía durar semanas dependiendo de la evolución. En el fondo, yo sabía que iba a volver, no sentía que me iba a morir, pero la experiencia de estar en coma es algo surreal. Sentí que fui para otro lado.
Estuve 11 días intubado y desperté del coma el día 24. Antes había despertado una vez con la boca abierta y el tubo conectado. Fue algo realmente desesperante, es una experiencia horrible no poder controlar tu respiración, estar amarrado a la cama, estar mirando el techo y solo poder mover los ojos. Es algo que no le deseo a nadie, ni al peor enemigo. Lo único que uno quiere es volver a su casa.
El 24 desperté sin el tubo, podía respirar sin él, con la voz bastante debilitada porque el tubo pasa a llevar las cuerdas vocales. Estaba hablando como Pin Pon, bien agudo, pero el médico me explicó que no era permanente. Desperté y agradecí a Dios por estar vivo. Ahí me cayó la ficha de que estuve al borde de la muerte. Unos dicen que durante el coma se alucina, otros dicen que van a otra parte, otros dicen que no se acuerdan de nada, pero yo recuerdo bien dónde estuve.
Era un lugar de la infancia donde había un camino, que si yo lo seguía, no iba a poder volver. Estaba consciente de eso. Así que me quedé quieto. Comenzaron a aparecer figuras, personas vivas de mi familia que compartieron conmigo ese tiempo. Parecía una realidad alternativa. Pude hablar con mi abuelo, que fue uno de los que me crió y que falleció el 2015. Me llenó el alma. Lo sentí como si fueran 5 ó 10 minutos, pero al despertar me enteré que estuve 11 días apagado. Todavía tengo esa imagen súper clara en mi mente.
En la UCI estaba rodeado de gente que estaba súper mal y escuchar gente morir es muy fuerte. Yo sobreviví, pero en alguien que no lo consiguió, veo una familia, una esposa, hijos. Se me pasaban un montón de cosas por la cabeza. Hay gente que no le toma el peso.
A mí me daría mucho más susto contagiar a alguien y que esa persona no consiga sobrevivir. Vivir pensando en eso debe ser horrible. Esto es serio, aunque mucha gente lo desmerece o desacredita por alguna cosa que vieron o leyeron en Internet.
Cuando uno está hospitalizado en el área Covid, no se pueden recibir visitas de nadie, solo te permiten usar el celular y hacer videollamadas y en ese momento uno se quiebra. Lo único que quería era abrazar a mis niñas. Cuando desperté, pensaba "listo, estoy despierto, me voy para la casa", pero en realidad estaba conectado en los brazos y clavícula, y con un monitor en el dedo, sin contar la intubación. Pasé dos semanas más en el hospital.
Esos días fueron eternos para mí, sentí como si fueran meses porque uno de los efectos colaterales de estar sedado tanto tiempo, fue que no pude dormir en seis días, ni media hora. No podía descansar y al quinto o sexto día, comencé a delirar, las neuronas no tienen cómo cresta comunicarse y pensaba estupideces.
Mi señora me mandaba videos todos los días de las niñas y cada vez que los veía me ponía a llorar, las echaba de menos, se me pasaba toda la vida por la cabeza y querer hacerlo todo mejor. Esta experiencia fue una buena sacudida, pero al mismo tiempo no quieres que nadie pase por esto. A todos les digo que se cuiden hasta que se vacunen, incluso después. No vale la pena correr el riesgo de contagiarse. La forma de vida, de relacionarnos, de convivir, va a cambiar, tenemos que adaptarnos.
Me sacaron en silla de ruedas, me levanté caminando como pude. Por estar tanto tiempo boca abajo, me dio una especie de lumbago en la pierna izquierda. Caminaba como viejito de 80 años el primer día, pero siguiendo el tratamiento del kinesiólogo y haciendo ejercicio dos veces al día, a los cinco días estaba mejor.
Esta semana cumplí dos semanas de alta y puedo caminar bien, normal. No tengo fatiga porque he hecho los ejercicios de respiración, puedo manejar, salir, pero con mascarilla, casco y bien protegido porque existe la posibilidad que se reactive el virus.
El tratamiento es largo, tengo que estar con remedios fuertes hasta el 27, a base de antibióticos y corticoides. Perdí 17 kilos en el hospital y, por los corticoides, también se me ha perjudicado la vista del ojo derecho. Y se me debilitaron las articulaciones. El primer día no podía ni subir la escalera, porque las rodillas no me aguantaban.
En este momento, lo que mi señora me repite es que nada es más importante que la salud, ni el trabajo ni ningún otro problema. He tenido que aprender eso, porque soy medio trabajólico y no comía bien, ni respetaba horarios y eso hizo que bajaran mis defensas. Mi familia la sufrió cuando estuve hospitalizado, fueron 11 días al borde de la muerte. La salud propia y de quienes te aman es lo que más importa.
Después de esto uno le da valor a las cosas que realmente importan. Me di cuenta que no le estaba dando suficiente atención a mi familia, a mis hijas. Es una segunda oportunidad para mí. Si lo vemos como una carrera, fue una parada en un pit, y considero que debo hacer algo con esto. Tengo muchos proyectos que sacar adelante y siento más fuerzas.